Baste saber que las derivas se habían iniciado tiempo atrás. Lentamente, la acumulación de datos, situaciones y circunstancias habían generado una serie de rápidos desplazamientos sin rumbo fijo. Continuidad y discontinuidad en las
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martes, 15 de noviembre de 2016

Krasni



Nos contaba en UNEDBarcelona @ramoncotarelo con mucha seriedad y gravedad en la mirada, que aún queda por explicar científicamente el colapso del mundo soviético, un fenómeno singular y espectacular dentro de la historia del XX. Al hilo de su reflexión acabé dando con Svetlana Aleksiévich, aunque sería más exacto decir que su literatura me halló a mi. Gracias a su cruda labor fui traspasado por las historias de muchos, lejanos, diferentes, vivos y muertos. "A veces pienso que el dolor es un puente que une a las personas, un lazo secreto, y otras veces, desesperada, pienso que el dolor es un abismo que las separa" nos confiesa la premio Nóbel y así lo he podido sentir gracias a su lectura.

Dejo aquí un leve rastro sobre el que espero volver nuevamente, con más calma y tiempo si cabe. Selecciono un débil eco de aquellas fuertes voces que me resonaron muy adentro, las más veces dolorosamente, otras con viva alegría o nostalgia, pero siempre con toda la dignidad de la memoria de las sencillas gentes, mujeres y hombres humildes.






Cuando me muera, no sé qué será de mi alma, pero mis manos seguro que descansarán



En el avión me toca sentarme al lado de un vehículo blindado que va atado con unas cadenas. Por suerte, el mayor que va en el asiento vecino está sobrio, los demás van borrachos. Cerca de mí alguien duerme abrazado a un busto de Marx (los retratos y los bustos de los caudillos socialistas se transportaban sin envoltorios); no solo transportaban el armamento, sino todo lo necesario para los soviéticos. Hay una pila de banderas rojas, rulos de cintas rojas…”


La gente dice que la guerra… La generación de la guerra… Y las comparan… ¿La generación de la guerra? ¡Pero si esa gente era feliz! Vivió la victoria. ¡Salieron vencedores! Esto les infundió una gran energía vital o, dicho en los términos de ahora, una poderosa carga de supervivencia. No tenían miedo de nada. Querían vivir, estudiar, traer hijos al mundo. En cambio, nosotros…  Nosotros tenemos miedo de todo. Tememos por nuestros hijos. Por los nietos que aún no han nacido. Aún no han nacido y ya tememos por ellos.”


"El comunismo es como la ley seca: una buena idea que no funciona. Eso dice mi marido… Ahora bien, los rojos eran unos santos…¡Fíjese en Nikolái Ostrovski, por ejemplo! ¡Un santo! Eso sí, ¡hicieron correr sangre! Rusia ya ha alcanzado el límite de sangre derramada, guerras libradas y revoluciones por hacer… Ya no quedan fuerzas para derramar más sangre, ni ánimos para más locuras. Aquí la gente ya ha sufrido de sobra. Ahora lo que todos quieren es ir de tiendas; elegir cortinas y tules, papel pintado y sartenes bien monas. Les gustan las cosas coloridas, bonitas. Porque antes todo era gris y feo. Compramos una lavadora con diecisiete programas de lavado y nos ponemos contentos como críos con un juguete nuevo. Mis padres ya murieron. Mamá nos dejó hace siete años; y papá, hace ocho. Pero en casa todavía uso las cerillas que mamá había ido almacenando durante años y comemos avena de la que dejó, sal. Mamá compraba (o “conseguía”, como decíamos entonces) cualquier cosa que aparecía en las tiendas y acumulaba una reserva para tiempos peores… Ahora visitamos mercados y tiendas, como si fuéramos a exposiciones. ¡Hay de todo! Queremos darnos el gusto, mimarnos. Es como una psicoterapia, porque estamos todos enfermos… (Piensa un rato). ¡Cuánto no habremos tenido que sufrir para que nos diera por almacenar cerillas! No se me ocurriría decir que ahora nos hemos aburguesado. O que somos víctimas del consumismo. Estamos en un proceso de curación, eso es todo…"

Ahora me llaman sovok, pero yo he marchado acompañando a los aprendices del alma rusa, he cantando sus canciones como uno más, me he hacinado en los vagones de los serpenteantes convoyes, mirando extasiado los inmensos bosques y la infinita taiga siberiana. Konsomoles, colonos en pos de un futuro luminoso, constructores de campos de trabajo a puño de hierro, nos sabemos agraciados por haber dejado atrás la gran hambruna y la gran muerte Golodomor, hemos sido elegidos, hemos sobrevivido a la gloriosa entrega de los héroes de la Guerra Patria. Cada anochecer, nos recogemos en el interior de las destartaladas isbas, apretujados nuestros cuerpos, adormilados por el frío y a la vez calados de vodka hasta las entrañas. 

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Acabada la jornada nos congregamos al calor de las cocinas, y allí millones son los amigos campesinos refugiados, conocidos los vecinos delatores, huérfanos los soldados malheridos de terror, mutilados y exhaustos los últimos liquidadores irradiados. Unos y otros nos reconocemos en las charlas a media voz, y así juntos rememoramos nuestras vidas de esfuerzo y sufrimiento, muerte, sueños y pequeñas alegrías. Por momentos los relatos nos llevan, y volvemos uno a uno a nuestros lejanos paisanajes, a las aldeas ucranianas, a las planicies bielorrusas o bálticas, a los kishlaks de las montañas afganas o abjasias, a la aún bella Bakú de azeríes y armenios, a la tayika Dushambé, a las largas marchas blancas de osadnikis polacos e irredentos jägers fineses, más allá de las puertas de tartaria donde Kazán, incluso a las acomodadas stalinkas moscovitas…

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Lloré como madre viuda, esposa abandonada, como hijo perdido, como hermana soldado violada y torturada. Cuando el último mariscal se suicida, cuando los desempleados marchan junto a los manifestantes dejando atrás libros y poesías, lloré con todos ellos en su recuerdo y en su olvido. Lloré con ellas que no logran olvidar a sus mayores y pequeños, a sus primeros amores y a sus compañeros caídos y familiares amados. Gracias Svetlana.